Castro Urdiales: "Colegio Apóstol Santiago" (1884-1924)



 Castro Urdiales, en el extremo oriental de Cantabria es hoy el tercer municipio más poblado de la Comunidad Autónoma, con algo más de 32.000  habitantes. Debido fundamentalmente a la proximidad al área  metropolitana de Bilbao, su población de hecho o población flotante,  no empadronada en el municipio pero que regularmente reside en él, supera con creces la población de derecho. Efectivamente, Castro  Urdiales supera los 70.000 habitantes, sobre todo en el período estival, cuando el turismo es más intenso.
 La distancia a Santander es de 75 kms., y tan sólo 35  kms. separan a Castro de Bilbao. Plinio el Viejo refiere en su "Historia Natural" la  existencia del "Portus Amanum", en el territorio de los Autrigones, y de "Castrum Vardulies" (castro de los várdulos). En el año 74, se estableció en esta área la colonia romana Flavióbriga, que debe su  nombre al emperador Tito Flavio Vespasiano. Alfonso VIII de Castilla concedió a Castro el título de villa a través del Fuero de Logroño, dado en Burgos en 1163. En 1909, Alfonso XIII concedió a la hasta  entonces villa de Castro Urdiales el título de ciudad. Hoy en día, se  trata de una ciudad básicamente turística y residencial.
  "Se aprieta la ciudad en sus calles junto al mar, al que acoge la  ensenada de Urdiales y en los malecones del puerto pesquero, que encierra en sus dársenas o acaricia en la parte de Brazomar, entre los  espigones y la arena de la playa. Y como castillete de popa, el faro de Santa Catalina, la ermita de Santa Ana y el puente que salta sobre  la roca, hasta la que avanza el mar para lanzar desde allí al aire una  bocanada de ira, impotente, amenazadora. Bajo el puerto, siempre animado  de marineros y curiosos, la estampa de los barcos abarloados, la Plaza  del Ayuntamiento y, enmarcando puerto y plaza en su ángulo suroeste,  las arcadas de La Correría...". Así describe el H. Carlos  Cantalapiedra el marco urbano de la villa que los primeros Hermanos  pudieron contemplar gozosos a su llegada a la localidad a finales del verano de 1884 (1)

 Como en Isla y Cóbreces, topamos de nuevo con dos laureados  protagonistas de la historia lasaliana en Cantabria: el obispo Vicente  Calvo y Valero y el H. Justino, a la sazón Provincial de España. Veámoslo  a continuación...

 Con fecha 1 de julio de 1882 enviaba el señor Obispo al H. Justino una  larga misiva en la que le comunicaba que hallándose en Castro Urdiales  para la santa visita pastoral, había reunido las personas de más  religión y medios de la vida, y un poco por convencimiento y otro poco  para no desairar al prelado habían formado una especie de sociedad  para fundar un colegio. El entusiasmo inicial de los suscriptores duró  apenas el tiempo de la redacción del documento, pues el señor obispo  consignó bien pronto."Terminaron por manifestarme con pena y vergüenza que la fundación del Colegio era imposible. No pude conciliar  el sueño, y me propuse llevar yo solo a cabo la fundación. Y así se lo  dije a las mismas personas, que se acobardaron ante la determinación y  creyeron que su honor quedaba en entredicho. Reanimáronse y son ya 15  los que se suscriben, con un préstamo sin interés de 100 duros. Yo he  puesto 500". Y añade:"Envié un coche a Isla para traer al H. Amancis  (director de Isla). Providencialmente llegó con él el H. Joldinien  (director a su vez de Cóbreces) y conferenciaron sobre la fundación prevista (2)

 Concluyó el encuentro con ambos superiores de los Hermanos con la insistente pregunta:"¿podría contar con  los Hermanos para septiembre?" El H. Claudio Gabriel refiere a continuación que no era la vez primera que el celoso obispo  santanderino pretendía abrir un colegio en Castro. En mayo de ese  mismo año escribía el H. Justino al H. Superior General, a su residencia en  París: "Me llamó el señor Obispo por telegrama a Castro Urdiales.  Llegué y me dijo que se trataba de un colegio de segunda enseñanza. Le  respondí que era imposible acceder, porque no entraba esa enseñanza en  nuestros planes. Y que lo mejor sería una escuela al estilo de Cóbreces".

Con fecha 19 de septiembre volvía a la carga Don Vicente con una larga carta a Rue Oudinot, sede central de la Institución en París. Agradece el prelado la atención recibida de ofrecerle la casa de París para  unos días de descanso. Y a su vez, le pide que sea el H. Irlide quien venga a Santander. A continuación entra de lleno en el asunto que le  preocupa: refiere que ha hablado ya con el H. Justino y que tiene ya las bases del proyecto. Hace el elogio de la casa escogida y apunta que  hace meses que corre por su cuenta el alquiler de la misma. Termina,  como siempre, preguntando para cuándo podría disponer de los  Hermanos: "Por ahora no pido más que seis Hermanos, número, entre doce y catorce mil verdaderamente insignificante; los pido a quien me consta y tengo por ello cierto orgullo, no ha de negármelos..."
 Siguieron meses de silencio. El 6 de julio de 1883 recibía el H. Justino una nueva carta del prelado, en que le informaba que contaba con dos ejemplares del contrato de la deseada y laboriosa fundación de Castro Urdiales: una del señor párroco y otra del presidente de la  Asociación. El H. Provincial comunicaba a su vez a los Superiores en  París la recepción del acta de constitución de la Sociedad de  Católicos y el contrato entre esa Sociedad y el Instituto. Siempre  perspicaz, el H. Justino veía con reticencia, y no sin motivos, el futuro de esta fundación. Escribe:"el local es el primer piso de un  vasto hotel nuevo, que da a dos plazas. El dormitorio es sólo capaz  para 20 camas, pero lo demás es conveniente". La Junta instituida para  sostener la obra fijaría y percibiría la retribución escolar.

 El contrato suscrito entre la Sociedad de Castro Urdiales y el Instituto está fechado, en efecto,  el 19 de junio de 1883. Está firmado por el H. Irlide, Superior General de la Congregación y el párroco de la localidad castreña, Don Benito Murúa y López. Una de las cláusulas estipulaba el abono anual a cada Hermano de 500 pts., pagadas por trimestres. Asimismo corrían a cargo de la Sociedad castreña la casa habitación y de enseñanza, los gastos del mobiliario y material escolar, la manutención de los alumnos y de los profesores, el alumbrado, la lencería, el aseo de la casa, etc. "Y a fin de que los Hermanos puedan conservar el espíritu de su estado y la uniformidad en la enseñanza, tendrán la más plena libertad de observar las reglas de su Instituto, establecer su reglamento interior y el programa de los estudios, comprometiéndose, desde luego, a enseñar, a más de lo comprendido en la enseñanza primaria elemental y superior, francés, inglés, geografía e historia, geometría práctica, agrimensura, nivelación de terrenos, agricultura, comercio y teneduría de libros, nociones de física, química e historia natural, dibujo lineal y de adorno" (3)

"Los señores de la Junta - había escrito asimismo también el obispo Valero al H. Provincial - pretenden imprimir un prospecto o reglamento similar al de Cóbreces, con algunas variaciones adaptadas a Castro". Pedía su aprobación para proceder de inmediato a su ejecución.

 El Señor Obispo, en carta de 2 de abril dirigida al H. Justino solicitaba se obtuviera el competente permiso de los Hermanos para que "algún o algunos sacerdotes designados por mí, puedan enseñar en el Colegio el latín y otras asignaturas de segunda enseñanza" . Era por entonces un tema ciertamente delicado este del latín en los Colegios de los Hermanos, resuelto definitivamente en 1923.

Como era tradición en casos similares, y de acuerdo con las instrucciones del Asistente para España, H. Luis de Poissy, "el colegio que es de  pago, tendría que sostener una escuela gratuita, pues esa es nuestra costumbre".

 Esto, sugiere el H. Claudio, arruinaría el proyecto inicial, pero ponía de relieve el amor que siempre tuvo el Instituto de los Hermanos por  la gratuidad de la enseñanza. No se podía admitir, ni siquiera en las  condiciones del Colegio previsto para Castro, en que los Hermanos no cobraban directamente, que quedara sin su escuela gratuita. El propio Ayuntamiento de Castro dictó un expediente que se conserva en los archivos de la localidad para cubrir doce plazas gratuitas de alumnos pobres en el Colegio del Apóstol Santiago (4)

El H. Justino, con buen sentido, escribía al H. Superior General, sugiriéndole se atendiera primeramente la petición de abrir una escuela en Valladolid, a orillas del Pisuerga, bajo los auspicios de Doña Paulina Harriet. Y así fue la realidad, en los primeros meses de 1884. Era el germen de lo que con el tiempo sería el Colegio de Nuestra Señora de Lourdes.

 Contra viento y marea, el Colegio se abrió el 1 de septiembre de 1884,  en la calle La Ronda con un alumnado inicial de 80 niños. Ocupaba, como se ha dicho, el primer piso del hotel, situado en las cercanías al mar. No tenía patio ni jardín, por lo que el recreo los hacían los alumnos en la plaza pública. Había nacido el Colegio Apóstol Santiago.¿En  mala hora?. Poco después de su apertura, Don Vicente Calvo fue  destinado a la diócesis de Cádiz. " Y lo que sostenía unido, o  aparentemente unido, su autoridad, se desató rápidamente, que no era  nudo sino lazada lo que había hecho... Sucedió lo que tenía que  suceder. Los Hermanos, para no dar la campanada y ser tachados de  irresponsabilidad, retirándose a poco de instalarse en la villa,  tuvieron que hacerse cargo del Colegio, pues la Junta se disolvió" (5)

 Era  el año 1887. Las cosas mejorarían a partir de ese día. Los Hermanos van a sostener un prestigioso Colegio durante cuarenta años. Llevó el centro escolar una vida dura y áspera, aunque fecunda. El  alemán de origen, H. Alphonse de Liguoris lo regía a comienzos de siglo junto a otros siete Hermanos, todos españoles. El Colegio había nacido  mal, pero se orientaba hacia el futuro por el justo camino. Para  completar el panorama, hubo también escuela gratuita, de dos  clases, financiada por el Ayuntamiento y considerada "oficial": es la escuela de San Francisco, que duraría tanto como los Hermanos en Castro. El Colegio Apóstol Santiago contaba con tres clases para los  alumnos de pago, en tanto los niños internos, no llegaban a la docena.  Atendiendo ambos centros, tres Hermanos en cada uno de ellos. Se  trabajaba, eso sí, seriamente y se roturaban caminos para preparar a  los futuros emigrantes, como se venía haciendo también en el vecino  colegio lasaliano de Cóbreces. Fue siempre de enseñanza primaria y  superior, con ampliación comercial, muy propias de su alumnado.

(Ataulfo Argenta, antiguo alumno distinguido del Colegio)


 En 1924 se abrió el Colegio Barquín de Segunda Enseñanza. y quiso el  pueblo que de él se encargaran los Hermanos, pero no lo quisieron los  Superiores. Se hicieron cargo de él los claretianos. Finalmente, se optó por cerrar el suyo existente. No era  cuestión de empeñarse en continuar. En agosto, muy cordialmente, se  despidieron de autoridades, familias y alumnos, y abandonaron la villa  tras cuatro décadas de servicio educativo. El periódico "Flavióbriga" se sirvió de tonos patéticos para decir el adiós más entrañable a los  Hermanos.

 La primera Comunidad la formaron los Hermanos Eliseus (director), Théotique y Philibert Marie. Posteriormente dirigieron el centro escolar los Hermanos Alfonso, Pelayo y Filiberto Eloy.

 Sufrieron el martirio durante la persecución religiosa llevada a cabo durante la Guerra Civil, y han sido elevados a los altares con el título de beatos recientemente los antiguos profesores del Colegio de Castro Urdiales:-  Hermanos Anselmo Pablo, Benito Clemente, Crisólogo y Sixto Andrés.



***Notas
(1) 
H. Carlos Cantalapiedra:
Revista Distrito, mayo de 1994, página 83


(2)
H. Claudio Gabriel:
La obra lasaliana en España, página 218


(3)
H. Carlos Cantalapiedra:
o.c.,página 86


(4)
Ángel Llano Díaz:
La enseñanza primaria en Cantabria durante la Dictadura de Primo de Rivera y la II República.
Tesis doctoral, Santander, 2012 (cita el legajo 1294 del Archivo Municipal de Castro, correspondiente al año 1894)

(5)
H. Claudio Gabriel:
o.c.,página 220




*** Fotografías:
Fotos Antiguas de Castro Urdiales El Blog de MUCHOCASTRO con fotos antiguas de Castro Urdiales,
por Juan Frco. Ureta